domingo, 17 de julio de 2011

Plateau de Beille (Tour 2011, 16/07)

Durante muchos años he podido disfrutar del Tour plácidamente sentado en el sofá de mi casa, especialmente de las etapas de montaña. Disfrutando de las ascensiones a puertos míticos de los Pirineos y los Alpes, como el Tourmalet, el Aubisque, el Galibier y la Madeleine, o las 21 curvas de Alpe de Huez, y el posterior descenso a tumba abierta.

Este año he podido cambiar el mullido sofá de mi casa por la dureza del asfalto y una pendiente del 9% en el puerto de Plateau de Beille, final de etapa del Tour el sábado día 16 de julio (que partía de Saint Gaudens). Y la verdad es que me lo he pasado genial, viviendo intensamente el ambiente de la afición ciclista. ¡Cuantísima gente congregada en un puerto!


El día empezó a las 6:40 de la mañana, cuando los tres amigos que vamos (Ricard, Johnny y yo) salimos de la UAB en dirección a la población francesa de Les Cabannes, donde se inicia la ascensión a la estación de esquí de Plateau de Beille. Tras un descanso en Puigcerdà para desayunar pasadas las 8:30, cruzamos la frontera y nos dirigimos hacia la ciudad termal de Ax-les-Thermes, a escasos 11 kilómetros de nuestro destino. Kilómetros antes de llegar a él, se empieza a palpar el ambiente: coches y autobuses aparcados en los arcenes, ciclistas aficionados perfectamente equipados rodando a buen ritmo... y cada vez en mayor número.

En estas que llegamos a Les Cabannes, el gendarme no nos deja pasar de un punto y nos desvía por otro para dejar el coche. Nos asustamos: ¡un pequeño pueblecito totalmente tomado por el Tour! Centenares de coches, caravanas, autobuses, tiendas de campaña, etc. aprovechan todos los huecos posibles de las estrechas callecitas. Aparcar se convierte en una odisea, pero al final dejamos el coche en una era y nos dirigimos al pie de puerto mientras nos cruzamos con aficionados españoles con los que compartimos buen rollo. Nos separamos y encaramos las primeras rampas por donde horas más tarde pasarán los ciclistas. 15'8 kilómetros de ascensión, con una pendiente media del 7,9%, y tramos de 9 y 10.

Evidentemente no nos quedaremos allí. Emulando a los ciclistas, iniciaremos nuestra subida en mitad de una sorprendente marea humana... ¡y todavía quedan cinco horas para que pase el pelotón! Tras algo más de cuatro kilómetros recorridos, nos detenemos a la sombra junto a una pequeña corriente de agua que baja por el arcén izquierdo.

Ese será nuestro sitio y de ahí no nos moverán. Por delante nos quedan horas de conversación, risas, anécdotas, bocatas y cerveza bien fresca que hemos subido con nuestra nevera rodante... Mientras tanto, veremos pasar a infinidad de gente andando (muchísimos vascos, catalanes y españoles), ciclistas aficionados y coches de la organización.

La gente se anima con la caravana publicitaria, que pasa una hora antes que la carrera. Un auténtico pasacalles de marcas publicitarias (algunas francamente cutres a los ojos de un español) que van lanzando regalos promocionales. Según mis amigos, este año se nota la crisis y no han sido espléndidos como otras ocasiones. Es lo de menos: ¡hemos venido a animar a los ciclistas!

Cuando termina, un rato de relajación antes del fragor de la carrera. Ésta se resume así: un escapado, dos perseguidores a pocos segundos y el grupo de los principales a poco más de un minuto. Y todos ellos pasan a menos de un metro de donde estamos (¡hemos cogido el lado bueno de la carretera!), lo que nos permite jalearlos y comprobar su gesto de esfuerzo. Zandio, Contador, Samu, los hermanos Schleck... y a partir de ahí, un interminable rosario de corredores (¡qué grande es Cancellara!) hasta que llega el coche que cierra la carrera.

Ya podemos bajar. Mientras lo hacemos, la gente se arremolina alrededor de las autocaravanas que tienen televisión para ver qué se está fraguando kilómetros más arriba y cómo va a acabar la etapa. Seguimos descendiendo y nos enteramos de que ha ganado el belga Vanendert (Omega Lotto) por delante de Samuel Sánchez (Euskaltel), que Contador ha aguantado bastante bien el tipo y que Andy Schleck le ha sacado a este último dos segundos más.

Tras un apacible descenso, atajando por un sendero, hemos llegado al pueblo y a nuestro coche. Emprendemos el viaje de regreso con la satisfacción de haber disfrutado de un espectáculo único, y con la ilusión de volver a repetir la experiencia... ¡Merece la pena, y a poco que podamos, volveremos para el Tour 2012!

Aquí os dejo unas cuantas fotos de la jornada.

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