Beatus ille
Como tantas veces había hecho de niño,
arrancó una pequeña mata de espliego y se llevó un tallo a la
boca, que se vio invadida por una suave y añorada amargor.
Anduvo algunos metros disfrutándola
hasta que llegó junto al río, donde buscó el viejo chopo que en
tantas ocasiones le había regalado su sombra. Bajo sus desnudas
ramas revivió la suave brisa que mecía sus hojas, al tiempo que el
constante murmullo del agua le habló de quienes le descubrieron
aquel tesoro. Entonces lo encontró su mujer, la única testigo de
sus lágrimas.