
Bordeando los cincuenta, ella era una recién llegada al mundo del deseo, del que su padre había apartado enviándola entre establos y aperos. Con el ánimo de recuperar el tiempo y las pasiones perdidas, se desvivía en revivir a marchas forzadas su escaso y marchito atractivo.
Enfrascada de lleno en esta labor, no sospechaba que su adonis de ciudad visitaba con demasiada frecuencia al párroco.
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