
Se dibuja una sonrisa mellada en su rostro cuando cojo el teléfono y hacemos coincidir nuestras manos en el cristal. Sé que detrás de ella se esconde una seria preocupación, por más que intente disimularlo.
Todavía no se atreve a compartirla conmigo, pero en cuestión de minutos saldrá a la luz. Estoy seguro.
Y entonces llega el momento.
Con el pelo ligeramente alborotado por las caricias de su madre, con la que comparte asiento, respira profundamente y me espeta con aparente inocencia: “Papá, que te duches aquí siempre con gel...ya sabes” Mi mujer sonríe.